{Reseña} Eusebio Calonge: El censo de los proscritos (Libros de la Herida)

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La figura de Eusebio Calonge está indisolublemente unida a La Zaranda (Teatro Inestable de Ninguna Parte), una de las más importantes compañías teatrales españolas nacida en Jerez de la Frontera en 1978. Calonge se incorporó a La Zaranda como asistente en 1985 y es su dramaturgo de cabecera desde 1992. En ella ha presentado unas quince obras originales. Colabora también con la compañía zaragozana La Extinta Poética. Recientemente Eusebio Calonge ha reunido su obra dramática en el volumen Vanas repeticiones del olvido (Pepitas de calabaza, 2022). Igualmente ha publicado las obras de teoría teatral Orientaciones en el desierto (Artezblai, 2017) y Teoría y práctica de lo incierto (La Pajarita de Papel, 2018). El título que nos ocupa, El censo de los proscritos, reúne las colaboraciones del dramaturgo andaluz en el periódico digital La Voz del Sur durante los años 2015 y 2016. Hay que significar la excelente edición —estética cuidada y gran calidad material— de la editorial sevillana Libros de la Herida.

Como ya saben los hipotéticos lectores de este blog, los libros misceláneos, las recopilaciones de artículos o las colecciones de textos breves inclasificables, ocupan un lugar muy destacado en las reseñas que publicamos y en nuestros gustos lectores. También El censo de los proscritos pertenece a esos géneros difusos, puesto que se trata de un conjunto de pequeñas semblanzas de artistas que, de un modo u otro, han ejercido alguna influencia en Eusebio Calonge. A la manera de unas vidas reales más o menos imaginarias, el autor pasa revista a cuarenta y seis personajes heterodoxos, visionarios, marginales o desgraciados, y los presenta en sus momentos clave, usualmente ante la locura y la muerte. (Lo define bien la leyenda del colofón del libro: «Un homenaje a los incontables fugitivos que soñaron su huida, inventaron posibilidades y construyeron a contracorriente imprevisibles caminos nuevos»).

RAMOS SUCRE, el sueño fugitivo 

En la oscuridad de la biblioteca, sellados a la luz sus ventanales, me esperaba emboscada su mirada. La llama negra de sus ojos. Trajo la vieja mulata que servía la casa un quinqué con fulgores trémulos. La penumbra suficiente para reconocernos. Seguía manteniendo aquella expresión entre altiva y desencajada, el pelo crespo, la tez pálida de la clausura. Las manos finas y pulcras recorrían insistentes el orden absoluto del escritorio. Un esbozo de sonrisa precedió al abrazo.

Apenas nos dirigimos más que algunas frases de cortesía. Mientras recorría yo con la mirada los rostros adustos de sus antepasados, lienzos oscurecidos por el tiempo, de mujeres elegantes, clérigos severos y generales con aparatosas condecoraciones. Llegaron las graves campanadas de una iglesia cercana y tras estas, como un eco ligero, las del reloj que pendulaba su pesado bronce en un rincón. Se colaron también hasta aquella estancia oscura, los graznidos de fugaces pájaros que anunciaban el ocaso. Apuramos las copas de vino afrutado, recogió el sombrero negro, se ajusto la corbata también enlutada y salimos de la casa. La noche que ya había caído, dejó solitarias las calles coloniales. Nuestras sombras se alargaban al pasar bajo las farolas de gas. Solo algún perro vagabundo nos cruzamos en nuestro camino. De la humilde Iglesia de Santa Inés, pasando por la pintoresca calle del Alacrán, hasta llegar a las ruinas blancas de la plaza Bolívar. Allí nos sentamos bajo unos matapalos frondosos, frente a unos cañones oxidados.

Su tristeza, la tristeza del suicida, no encontraba ya reposo en la belleza exuberante de las noches tropicales. Mientras yo me embriagaba con los perfumes que arrancaba el aire entre las matas y los rumores distantes del mar que desembocaban por las encaladas esquinas, el poeta más que hablarme, monologaba: “Esperé a cumplir los cuarenta años, pero la sobredosis de veronal tardó en detener mi sangre. Lo sé porque cuando regresé leí la necrológica en el diario y decía que fallecí el 13 de junio de 1930, agonicé durante cuatro días.

Sentí cómo me abría los ojos el forense suizo para certificar mi muerte, la sábana que cubría mi rostro, el depósito frío y mi cuerpo en soledad. No tardaron en llegar hasta ese abismo memorias confusas, mi padrino sermoneándome con sus latines, un cónsul francés que me leía a Bossuet, unos mulatos con máscaras de carnaval […]

Poetas, músicos, dramaturgos, pintores y fotógrafos protagonizan estos artículos, siempre presentados desde la particular poética del autor. Son gentes usualmente derrotadas por la vida, por la enfermedad, por las drogas, por la incomprensión, por la soledad; sin embargo, siguieron su camino hasta el final con tenacidad, algunos abriendo nuevas vías de expresión artística, otros simplemente haciendo lo único que sabían hacer y que les proporcionaba consuelo. Hay personajes que alcanzaron la fama (José de Ribera, Arnold Böcklin, Edvard Munch, Olivier Messiaen, Domenico Scarlatti, Serguéi Rajmáninov, Mujica Lainez), otros permanecen casi desconocidos en la actualidad (Domenico Zipoli, Martín Chambi, Alberto Ycaza, Tadeusz Kantor, etc. ), y también tenemos un personaje de ficción (Fortunata, de Galdós). Las modalidades de los artículos son variadas: el apunte biográfico tradicional, el monólogo imaginario del protagonista, la crónica de sucesos, la crítica de arte, el anecdotario extravagante, la ficción pura (o casi).

Por citar unos ejemplos, destacaría la pieza dedicada a José de Ribera (Lo Spagnoletto), un microensayo de interpretación artística formidable. El texto protagonizado por la grabadora y pintora alemana Käthe Kollwitz constituye un monólogo magnífico que resulta perfectamente verosímil en su dramatismo. Precioso es también el capítulo que homenajea a Manuel Mujica Lainez, concretamente a algunas de sus obras (La casa, Aquí vivieron), mediante la descripción literaria de una casa abandonada y decrépita. Por si fuera poco, en todos estos textos Calonge exhibe una formidable prosa literaria, rica y trabajada, realmente hermosa.

La última pieza del libro, escrita antes que las demás, en 2013, está dedicada a su compañero y amigo fallecido Juan de La Zaranda (Juan Sánchez Jiménez). Termina así: «Hasta pronto, Juan. Ya llegaste a la casa del Padre. Nuestra Fe es mayor que nuestra tristeza».

El censo de los proscritos ha sido para mí un descubrimiento feliz. Uno de esos libros que quedan en la memoria y a los que se acude de vez en cuando. Sobra decir que lo recomiendo vivamente.

Libros de la Herida (2024)
Prólogo: Paco Sánchez Múgica
Colección: Narrar Contracorriente, 9
192 págs.

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Eusebio Calonge, autor de La Zaranda, compañía de referencia imprescindible en la escena internacional y merecedora del Premio Nacional de Teatro en 2010, nos ofrece en este libro un homenaje a los artistas malditos, secretos y en peligro de ser olvidados. Señala el autor sobre El censo de los proscritos que retrata a «reconocidas influencias que han ido envejeciendo conmigo. Poetas, músicos, dramaturgos, pintores… que me ayudaron a cruzar el tedio de los días». Cuarenta y seis mártires del arte bendecidos por la gracia y de obra eternamente inspiradora. Cada uno de ellos, cada una de ellas, nos regaló un mundo y pagó un alto precio. Con su habitual intensidad y lirismo, Calonge nos descubre estas figuras asombrosas en breves y fulgurantes narraciones. Paco Sánchez Múgica afirma en su prólogo: «Quien se tope con este libro no solo redescubrirá retazos de vida de personas insospechadas, experiencias alucinadas, trágicos sinos de artistas increíbles. Diamantes que andaban sepultados por las cenizas del olvido. Quien acuda a este censo se dará de bruces, además, con una somera síntesis del universo poético de Eusebio Calonge». (Sinopsis de la editorial)

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Eusebio Calonge (Jerez de la Frontera, 1963). Dramaturgo de la compañía La Zaranda desde hace más de tres décadas —con la que ha representado sus obras en más de treinta países en cuatro continentes—, ha sido premiado por la crítica de Buenos Aires, Nueva York, El Cairo, Montevideo, La Habana, Madrid, Barcelona… Recibió el Premio Nacional de Teatro con La Zaranda en 2010. Es fundador de la compañía teatral La Extinta Poética. Ha impartido cursos, dictado conferencias tanto en Europa como en América y publicado teatro, teoría teatral (Orientaciones en el desierto, Teoría y práctica de lo incierto, La posibilidad de lo efímero), artículos periodísticos y narrativa (Aquí yacen, biografía de todos sus personajes teatrales). Su obra dramática, repartida en numerosos libros y recogida en su totalidad en Vanas repeticiones del olvido, ha sido traducida al francés, inglés, italiano, alemán, portugués y japonés.

(NOTA: La isla de los muertos, de Arnold Böcklin, pintor tratado en este libro)

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