{Reseña} Adolfo Bioy Casares: La invención de Morel (Alfaguara)

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«He discutido con su autor los pormenores de su trama, la he releído; no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta». Con esta contundente afirmación concluye el Prólogo escrito por Jorge Luis Borges para la primera edición de La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares. Podría pensarse que dada la amistad íntima entre los dos escritores argentinos el juicio de Borges fuera poco imparcial, pero la unanimidad de la crítica y la permanente popularidad de esta novela entre los lectores desde hace ochenta años prueban que el autor de El Aleph no exageraba lo más mínimo. Yo había leído la novela un par de veces hace varios años, pero aprovechando esta nueva y estupenda edición de Alfaguara he vuelto a leerlo con igual admiración, si no más, que la primera vez.

La invención de Morel (Editorial Losada, 1940), junto con Plan de evasión (1945) y La trama celeste (1948), constituyen la terna de obras maestras del escritor porteño publicadas en esa década prodigiosa de los 40. Personalmente, estas joyas de la literatura fantástica del siglo XX son los libros que más me gustan de Bioy Casares, a los que suelo volver regularmente (lamentablemente, los dos últimos son menos conocidos a pesar de su calidad). La crítica suele dividir la obra de Bioy Casares en tres periodos: una primera etapa de 1929 a 1940, caracterizada por sus tentativas y aproximaciones no muy felices a los géneros fantástico y policial; una época de plenitud desde 1940 hasta 1954; y el periodo final, desde El sueño de los héroes (1954) hasta su muerte, donde incorpora elementos novedosos tales como el costumbrismo, el humor, la parodia y la oralidad popular en su escritura (sin renunciar al elemento fantástico). Esta última etapa me parece más irregular, quizás menos memorable que la anterior, aunque es cierto que es más melancólica y menos cerebral.

«El autor de literatura fantástica —escribió Bioy— tiene que volver creíbles cosas muy extrañas. Para eso, debe poner orden en la exposición y tener una sabiduría capaz de orientar al lector, después desorientarlo y por fin llevarlo a la revelación final. Es la misma inverosimilitud de la literatura fantástica lo que exige ser muy racionales y astutos para usar los argumentos que van a hacer pasar los sofismas por verdades». Esta poética de lo fantástico, que Bioy fue modificando levemente con el paso del tiempo, privilegia, como ocurre con La invención de Morel, la resolución y explicación final en términos estrictamente racionales. Yo, sin embargo, creo que los finales abiertos e inexplicables son igualmente efectivos en cualquier historia fantástica. En cualquier caso, en la obra de Bioy hay ejemplos de ambos tipos.

Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro. El verano se adelantó. Puse la cama cerca de la pileta de natación y estuve bañándome, hasta muy tarde. Era imposible dormir. Dos o tres minutos afuera bastaban para convertir en sudor el agua que debía protegerme de la espantosa calma. A la madrugada me despertó un fonógrafo. No pude volver al museo, a buscar las cosas. Huí por las barrancas. Estoy en los bajos del sur, entre plantas acuáticas, indignado por los mosquitos, con el mar o sucios arroyos hasta la cintura, viendo que anticipé absurdamente mi huida. Creo que esa gente no vino a buscarme; tal vez no me hayan visto. Pero sigo mi destino; estoy desprovisto de todo, confinado al lugar más escaso, menos habitable de la isla; a pantanos que el mar suprime una vez por semana.

Escribo esto para dejar testimonio del adverso milagro. Si en pocos días no muero ahogado, o luchando por mi libertad, espero escribir la «Defensa ante Sobrevivientes» y un «Elogio de Malthus». Atacaré, en esas páginas, a los agotadores de las selvas y de los desiertos; demostraré que el mundo, con el perfeccionamiento de las policías, de los documentos, del periodismo, de la radiotelefonía, de las aduanas, hace irreparable cualquier error de la justicia, es un infierno unánime para los perseguidos. Hasta ahora no he podido escribir sino esta hoja que ayer no preveía. ¡Cómo hay de ocupaciones en la isla solitaria! ¡Qué insuperable es la dureza de la madera! ¡Cuánto más grande es el espacio que el pájaro movedizo!

Un italiano, que vendía alfombras en Calcuta, me dio la idea de venirme; dijo (en su lengua):
—Para un perseguido, para usted, sólo hay un lugar en el mundo, pero en ese lugar no se vive. Es una isla. Gente blanca estuvo construyendo, en 1924 más o menos, un museo, una capilla, una pileta de natación. Las obras están concluidas y abandonadas.

Lo interrumpí; quería su ayuda para el viaje; el mercader siguió:
—Ni los piratas chinos, ni el barco pintado de blanco del Instituto Rockefeller la tocan. Es el foco de una enfermedad, aún misteriosa, que mata de afuera para adentro. Caen las uñas, el pelo, se mueren la piel y las córneas de los ojos, y el cuerpo vive ocho, quince días. Los tripulantes de un vapor que había fondeado en la isla estaban despellejados, clavos, sin uñas —todos muertos—, cuando los encontró el crucero japonés Namura. El vapor fue hundido a cañonazos.

[…]

Esta adictiva nouvelle, que homenajea ya desde el título a La isla del doctor Moreau de Wells, es el informe de un narrador sin nombre, un venezolano fugitivo huido de Calcuta, que recala en Rabaul (Papúa Nueva Guinea) y de allí pasa a una isla remota y perdida. (Para la cubierta de la primera edición, Norah Borges dibujó un plano con la posición de los edificios y los accidentes geográficos de la isla). Allí, entre las tribulaciones para sobrevivir, advierte la presencia de un pequeño grupo de turistas y de personal de servicio, de los que se esconde pero a los que espía, y que parecen no verlo o ignorarlo. De una de las mujeres, de nombre Faustine, acabará enamorándose al observarla a diario en la playa. En cierto momento detecta una conversación idéntica a la escuchada una semana antes (la misma escena, las mismas frases, el mismo tono). Propone varias posibles explicaciones: que está enfermo y muy débil, que se ha intoxicado al comer raíces alucinógenas, que le están gastando una broma, que ha enloquecido, que está viendo fantasmas o que él mismo es un fantasma (ha muerto y no lo sabe). Finalmente, descubre una verdad algo más prosaica que explica las visiones del narrador y que aproxima también La invención de Morel al género de la ficción científica. («Despliega una Odisea de prodigios —señala Borges— que no parecen admitir otra clave que la alucinación o que el símbolo, y plenamente los descifra mediante un solo postulado fantástico pero no sobrenatural»). El explicación no es otra que Morel es el inventor y constructor de una máquina capaz de grabar, almacenar y reproducir imágenes, sonidos, olores y sensaciones con la misma intensidad que la misma realidad («tanteos de perpetuación del hombre», dice Morel), máquina que queda en la isla funcionando ininterrumpidamente y que nuestro protagonista se propone conservar para estar con Faustine. A pesar de la explicación científica de los prodigios vividos por el protagonista, al final permanece una incertidumbre tan necesaria en el género fantástico.

Este tema principal de esta novela (la lucha contra la muerte y de la pervivencia personal) es recurrente en Bioy Casares, por ejemplo, en los cuentos El lado de la sombra y Los afanes, incluidos en el volumen El lado de la sombra (1962). También lo es el amor, por muy anómalo que resulte, presente en casi todas sus ficciones (lo fantástico y el amor son los ingredientes característicos de las ficciones de Bioy). El paso del tiempo, la memoria e identidad personal, la percepción de la realidad, la incapacidad de comunicación, los mundos alternativos, la angustia metafísica, todos temas esenciales de la mejor literatura fantástica de mediados del siglo XX, pueden rastrearse con facilidad en La invención de Morel. Desgraciadamente, pienso que este magisterio de Bioy Casares en la novela de «fantasía razonada» no ha dejado demasiados discípulos en las letras en lengua española, siempre tan realista y tan reivindicativa (y tan poco atractiva). El estilo de Bioy en esa década de los años 40 —seguramente muy influido por el de Borges—, es de una exactitud casi mineral, matemática, incluso algo glacial, un estilo alejado de cualquier barroquismo accesorio. 

La fascinación que ofrece el argumento de La invención de Morel ha motivado que se hayan realizado varias adaptaciones cinematográficas, entre las que destacan L`année Dernière à Marienbad de Alais Resnais de 1961, y L’invenzione di Morel, film dirigido por Emilio Greco en 1974. Siendo ambas muy estimables, ninguna de estas películas ha agotado por completo las inmensas posibilidades que ofrece la novela de Bioy.

Sólo me resta recomendar encarecidamente La invención de Morel («Puede ser descrita, sin exagerar, como  una  novela perfecta», dictaminó Octavio Paz), una obra esencial en la historia de la literatura hispanoamericana y una de las mejores novelas fantásticas de la literatura universal.

Puntuación: 5 (de 5)
Alfaguara (2022)
Colección: Hispánica
136 págs.

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Un misterioso edificio construido en una isla en 1924, un diario escrito por un fugitivo encerrado en sí mismo que se enamora de una mujer impasible, y un comentarista que lo desautoriza en distintas notas al pie. Para la mayoría de los lectores —y qué difícil sería desmentirlos—, La invención de Morel es la obra maestra de Adolfo Bioy Casares, una novela con componentes filosóficos tan potente que llegó a influir, especialmente por medio de Lost, sobre el universo aún en boga de las series.

Una trama con aparecidos tan adelantada a su tiempo que su lectura es capaz de resignificar, incluso, episodios traumáticos de la historia de Argentina que, al momento de su publicación, ni siquiera podían sospecharse. (Sinopsis de la editorial)

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Adolfo Bioy Casares nació en Buenos Aires el 15 de septiembre de 1914. Dedicado desde muy joven a la literatura, la publicación de La invención de Morel, en 1940, marca el inicio de una vasta carrera literaria que desplegó en el cuento, la novela, el ensayo, el diario y trabajos en colaboración con su esposa, la escritora Silvina Ocampo, y Jorge Luis Borges. Algunas de sus obras más destacadas son Plan de evasión, El sueño de los héroes, Diario de la guerra del cerdo, Dormir al sol, La trama celeste, Historias desaforadas, Una muñeca rusa y Una magia modesta. Condecorado como Caballero de la Legión de Honor, recibió, entre otros premios, el Municipal de Literatura, el Nacional de Literatura, el de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, el Internacional Alfonso Reyes y el Cervantes. Murió en Buenos Aires el 8 de marzo de 1999.

(Nota: Fotograma de L’invenzione di Morel de Emilio Greco)

Un comentario sobre “{Reseña} Adolfo Bioy Casares: La invención de Morel (Alfaguara)

  1. La inmensidad de la pluma de Bioy Casares, no ha e más que poner en el tapete, el tema de los «recuerdos»:
    De que manera estos «abstractos» son material de nuestra existencia física.
    De que forma orientan nuestras vidas y nuestros planes futuros,
    De que manera quedamos viviendo un pasado lejano, añorado, pero a su vez, distante, inútil aunque emocionalmente necesario.
    De que forma estos recuerdos pueden «redescubrirnos» y traernos otra vez a la vida, y a su vez «consumirnos», deprimirnos y optar por el final de la vida.
    …. Los recuerdos….. Esos ingratos felices que definen nuestros días…

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