{Reseña} Julio Camba: París (Editorial Renacimiento)

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El lector asiduo de Julio Camba seguramente habrá quedado confundido al encontrar en las librerías este libro con el título de París. El escritor gallego realizó en vida recopilaciones de sus crónicas escritas en distintos lugares (Londres, Alemania, Nueva York), pero no publicó ninguna obra monográfica de sus crónicas enviadas desde la capital francesa. Por suerte, Ricardo Álamo ha sido quien ha confeccionado ex novo este volumen que está llamado a ser desde ahora uno de los más interesantes del escritor nacido en Villanueva de Arosa en 1884. Recordemos que anteriormente había visto la luz, también en Editorial Renacimiento de Sevilla, otro volumen nuevo de Camba: Constantinopla, compilación de sus trabajos despachados desde Estambul para el diario La Correspondencia de España en otoño de 1908.

Este libro se compone de sesenta y ocho artículos publicados entre octubre de 1909 y diciembre de 1910, ordenados por estricto orden cronológico. Las crónicas se publicaron dentro de una sección propia titulada «Gacetilla de París». Ninguno había sido editado en las distintas obras que le fueron publicando a Camba a lo largo de su vida. Tampoco han formado parte de ninguna antología o recopilación reciente. Sólo se recoge en este volumen una muestra significativa de textos inéditos en libro, ya que aún quedan muchos otros por rescatar, tanto los pertenecientes a ese primer periodo de corresponsalía en París, como los relativos a otras etapas anteriores y posteriores de su producción periodística.

Recordemos que Julio Camba, después de un breve periodo en Turquía, regresa al diario El Mundo y es enviado inmediatamente como corresponsal a París. Al contrario que en Estambul, en la ciudad del Sena el escritor gallego se siente a gusto. El mundo cosmopolita —París era todavía la capital cultural del mundo—, la variedad de sus tipos populares, la intensa vida cultural y la propia belleza de la ciudad, de la que puede disfrutar como el buen flâneur y observador que siempre fue. Allí se encuentra con Rubén Darío, gran conocedor del terrero y guía inmejorable, otro bon vivant como él. Al poco, es el propio Camba quien ejerce de cicerone para algunos españoles que visitan la ciudad, como Manuel Ciges Aparicio o Corpus Barga. Sin embargo, el periódico, tras catorce meses de corresponsalía parisina, decide enviar a Camba a un nuevo destino: Londres. Nuestro periodista viaja directamente a la capital inglesa desde París a principios de diciembre de 1910, donde permanecerá todo el año siguiente. (Dos años más tarde volverá a París, esta vez escribiendo para La Tribuna. Veinte de esas nuevas crónicas se incluirán en Playas, ciudades y montañas).

EL MARIDO DE LIANA (12de junio de 1910)

Desde ayer, Liane de Pougy es princesa. Hasta ayer, no se sabía realmente lo que era. En un Juzgado de París, ante el cual compareció no hace mucho para responder del tamaño desmesurado de su sombrero, el juez iba dirigiéndole todas las preguntas de rigor.

—¿Su nombre de usted?

—Es bien conocido. Liane de Pougny.

—¿Su domicilio?

—También es conocido.

—Perdone usted todavía una pregunta, la más indiscreta de todas. ¿Su edad?

—Treinta y cinco años.

—Sin profesión, ¿verdad?

—No señor. Soy mujer de letras.

¡Desconfiad de las mujeres y de los hombres de letras! Cuando no se hace nada para vivir o cuando se hacen cosas inconfesables, se dice que se es hombre o mujer de letras. Por otras parte, ¿qué mujer de mundo o del medio mundo, como dicen aquí, no ha escrito unas Memorias. En España las han escrito la se Julia Fons, la de Sánchez Jiménez y hasta la de Carmen Andrés. En París la han escrito todas las grandes «cocottes». Nuestra paisana la Otero escribió una vez sus impresiones de un viaje a Nápoles, en compañía de no sé qué príncipe. Vean ustedes este párrafo, que reproduzco para regocijo de los lectores: «El puerto de Nápoles es una maravilla. A mi derecha tengo el Vesubio y a mi izquierda el Príncipe».

[…]

Sabemos que Julio Camba es uno de los reyes del articulismo español, género que mejor se ajustaba a su estilo de cronista rápido, mordaz, impresionista, impulsivo e intuitivo, siempre irónico y teñido de un refinado escepticismo («tenía la capacidad de convertir la anécdota en categoría filosófica», escribió sobre él César González-Ruano, otro genial articulista). La retranca y sorna gallega aparece en él en todo su esplendor y la aplica tanto a la psicología de los individuos como a psicología de los pueblos. El juego verbal, la paradoja dialéctica, la analogía grotesca y el sarcasmo forman parte del arsenal de Camba como articulista y humorista; también la aplicación de la razón desnuda sobre la realidad conduce usualmente en Camba al más puro disparate. «La gracia de su prosa —escribe Ricardo Álamo— estriba en que puede establecer relaciones entre las cosas más disímiles, de manera natural, haciendo parecer congruente lo que aparentemente no lo es». Muchos de los artículos escritos por Camba son intemporales y totalmente actuales, siempre transitando entre la realidad y la broma («Yo soy un escritor decorativo y me dedico a una literatura fácil, superficial y pintoresca»).

En este puñado de artículos casi nada escapa al interés y al comentario irónico del joven periodista: ya sea la vida disipada del rey Leopoldo de Bélgica en París («El rey de los negros y el esclavo de las rubias»), los escándalos sociales («Francia tiene el talento de cultivar y explotar sus affaires, sean buenos o malos»), las crisis de la producción del vino de Champagne, las incipientes reivindicaciones feministas, las proezas de los apaches (bandas de delincuentes), las inundaciones del Sena, el negocio de las obra de arte falsas («¡Desgraciado del español que venga aquí con antigüedades auténticas!»), la prohibición de los duelos de honor, o los descarrilamientos de trenes, todos estos temas, por circunstanciales y anecdóticos que parezcan, se convierten en materia prima de sus divertidas crónicas. Pero en el fondo, por contraste, de quien habla casi siempre Camba es de los españoles, que no en vano son a los que leen sus artículos.

Libro redondo y chispeante, la publicación de París supone un acontecimiento literario de primer orden que no debería pasar inadvertido para los buenos aficionados a la literatura española. Esperemos, además, que no sea la última de estas nuevas recopilaciones cambianas.

Editorial Renacimiento (2024)
Colección: Los Viajeros, 56
Prólogo y edición: Ricardo Álamo
232 págs.

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Los artículos y crónicas parisinas reunidos en este libro suponen una novedad dentro de la producción periodística de Julio Camba, ya que hasta ahora habían permanecido arrumbados y desperdigados en las hemerotecas. Rescatarlos no solo significa ampliar considerablemente la obra cambiana, sino también ofrecerle a la feliz cofradía de lectores del autor pontevedrés la posibilidad de descubrir una vez más la gracia, la ironía y las dotes de buen observador de la realidad circundante con que solía construir lo que algunos han venido a llamar su «media columna». Sus crónicas casi rozan la aséptica prosa funcionarial, donde el análisis se subordina a la síntesis, por aquello de que, como buen periodista, se centra en lo que hay que contar sobre los hechos y no en divagar. Información y comentario desapasionados son las notas más características de casi todas estas crónicas que Camba escribió entre 1909 y 1910 para el diario El Mundo. Crónicas que, aparte de informar, también están llenas de agudeza e ingenio. O sea, Camba en estado puro. (Sinopsis de la editorial)

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Julio Camba Andreu (Villanueva de Arosa, 1884-Madrid, 1962) fue durante la segunda y tercera década del siglo XX uno de los más singulares corresponsales extranjeros que haya tenido nunca la prensa española. Su maestría no ha dejado de ser elogiada por escritores tan distintos y variados como Miguel Delibes, Francisco Umbral, Cándido, Manuel Vicent o Antonio Muñoz Molina. A los dieciséis años se escapó de casa y llegó hasta Buenos Aires. Allí se introdujo en los círculos anarquistas y redactó incendiarias proclamas y panfletos. Al final fue deportado del país junto con otros anarquistas. De regreso a España empezó a colaborar en la prensa local gallega y en publicaciones revolucionarias del Madrid de comienzos de siglo, y su prosa no tardó en ocupar las columnas de los más importantes periódicos (El País, España Nueva, La Correspondencia de España, El Mundo, La Tribuna, ABC, El Sol, Ahora). De sus quince libros publicados, siete son crónicas de viaje para diversos periódicos: Playas, ciudades y montañas (Galicia, París y Suiza), LondresAlemania (los tres de 1916), Un año en el otro mundo (1917) (Nueva York), La rana viajera (1920) (España), Aventuras de una peseta (1923) (Alemania, Londres, Italia y Portugal) y La ciudad automática (1932) (Nueva York de nuevo). Esta edición se presenta con un prólogo de Francisco Fuster y en ella se recogen las crónicas publicadas originalmente entre mayo de 1912 y enero de 1913 en La Tribuna, y, a partir de esta fecha y hasta marzo de 1915 en ABC.

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