{Reseña} Géza von Cziffra: El santo bebedor (Acantilado)

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Sólo los extraordinariamente cinéfilos conocerán a Géza von Cziffra, cineasta nacido en Arad, Hungría, en 1900 (hoy Rumanía) y muerto en Baviera en 1989. Obtuvo celebridad en Alemania como director de películas exitosas y populares, principalmente de corte cómico. También fue reportero, director artístico de teatro, escritor de obras de teatro y guiones cinematográficos, y en sus últimos años, autor de varios libros, incluidas sus memorias. Precisamente con uno de sus últimos libros, El santo bebedor, obtuvo un éxito postrero, sin duda debido a la importancia del protagonista de la obra, el escritor austríaco Joseph Roth.

Der heilige Trinker: Erinnerungen an Joseph Roth vio la luz en su primer versión en 1979 (la definitiva es de 1986, que es la publicada por Acantilado). El subtítulo, Recuerdos de Joseph Roth, es exacto y acorde con su contenido, toda vez que este libro no es una biografía al uso, sino una evocación personal de su amigo en sus últimos años. Géza von Cziffra conoció a Joseph Roth en 1924, en el célebre Romanisches Café de Berlín. Desde entonces y hasta poco antes de su muerte en París el 27 de mayo de 1939, Cziffra se encontró con Roth en multitud de ciudades, siempre en los cafés que frecuentaba y en los hoteles en los que se alojaba ese hombre errante que fue Joseph Roth. Naturalmente, el título hace referencia tanto a el último libro escrito por Roth, como a la adicción al alcohol que le acompañó casi toda su vida y que se describe en este libro con total sinceridad y crudeza.

Este libro recrea ante todo las circunstancias y la atmósfera del extraordinario período que vivieron Joseph Roth y sus contemporáneos. Lo último del vasto Imperio austrohúngaro y las identidades cambiantes de sus súbditos, la Viena de fin de siècle, la Primera Guerra Mundial, Berlín y París en las décadas de 1920 y 1930, los problemas de la identidad y la experiencia judías, la explosión de nuevas formas artísticas (especialmente el expresionismo), la necesidad de adaptarse a los cambios en la tecnología, la vida, las ideas, las costumbres, los sistemas políticos… todo con la Segunda Guerra Mundial en ciernes, hace que uno se explique la causa de que tantos intelectuales sucumbieron a la depresión, el alcoholismo y el suicidio.

De los escrito por Géza von Cziffra podemos deducir que Joseph Roth no sólo fue un escritor impresionante, sino también una personalidad esquiva, casi legendaria. Él mismo contribuyó a la confusión y este ágil librito retoma esta característica para el lector actual y presenta al gran autor nacido en Brody (Galitzia, hoy Ucrania) en 1894 en muchas anécdotas cotidianas. Roth fue una persona compleja, contradictoria, escurridiza y extraña, que podía resultar refractaria, incluso grosera a aquellos que no entraban en sus juegos fantasiosos («No se trata de la verdad sino de la verdad interna») y en su mundo equívoco, tanto religioso —no se ha podido confirmar totalmente su conversión plena al catolicismo— como familiar y político. Von Cziffra sabe retratar a su viejo amigo de forma entretenida y contar todo tipo de historias; todas ellas dan una buena imagen de Roth, ilustran sus peculiaridades, su alegría y, sobre todo, su sufrimiento tras el colapso de la monarquía, la enfermedad mental de su esposa y el surgimiento del Hitler, hecho este último que lo obligó a abandonar Alemania para siempre y a que sus libros estuviesen prohibidos.

«La verdad es que a mí no se me podía ayudar en la Tierra».

Ésta fue la frase que escribió a altas horas de la noche mi amigo Joseph Roth en una hoja que apretó contra mi mano. «Alférez, si está usted cerca cuando vengan a buscarme los ángeles, cuide de que esa frase sea inscrita en mi lápida». «A sus órdenes, mi teniente—dije, y saludé desde mi asiento. Después leí la futura inscripción funeraria y pregunté—: ¿La ha escrito usted?». «No, no yo, sino un poeta alemán con el que me siento emparentado: Heinrich von Kleist—respondió mi amigo. Después añadió en tono de reproche—: En realidad es una gran laguna cultural que usted no lo conozca, pero proviniendo de un cadete de Su majestad Imperial no se lo tomo en cuenta». «Muy generoso, mi teniente», dije, y volví a saludar.

Pero no llevábamos uniforme, tampoco nos encontrábamos en un cuartel, sino en el Lunte, el café de artistas de Berlín, que estaba abierto toda la noche y en el que se podía tomar a cualquier hora una sopa de guisantes. Había dos clases de sopa de guisantes: la ración simple, einspänner, por treinta centavos, y la doble, zweispänner, por cincuenta. La primera era una ración normal; con la segunda ponían dos cucharadas y un poco más de sopa. Mi amigo comía allí por «razones de trabajo», como él afirmaba; y yo, sencilla y llanamente, tenía hambre.

Como he dicho, no éramos soldados. Ya no. Yo había sido una vez cadete en la real e imperial escuela militar durante la monarquía y Joseph había llegado a ser teniente en el frente en la primera guerra mundial. Por lo menos eso afirmaba. Cuando estaba borracho—lo que sucedía muy a menudo—y odiaba tanto la vida literaria, en medio de la cual se encontraba, suspiraba: «Si todavía existiera la monarquía, yo sería comandante o incluso coronel».

Hablo de Joseph Roth.

[…]

Hay que insistir en que Cziffra sólo recoge sus experiencias personales con Roth a lo largo de casi quince años, lo que no impide que se dé una imagen bastante exacta de la vida y del carácter del austríaco. Cziffra, también gran viajero a causa de su trabajo, buscaba a Roth cada vez que coincidían en alguna ciudad, ya fuera Berlín, Viena, París, Budapest, Salzburgo, Ámsterdam o Niza. Como frecuentador de cafés en Viena y Berlín conocieron a figuras como la poetisa Else Lasker-Schüler, el periodista Egon Erwin Kisch, el dramaturgo, Bertolt Brecht, los escritores Stefan Zweig, Ödön von Horváth, Alfred Döblin, Heinrich Mann, entre otros. En casi toda las ocasiones encontraba a Roth en un café bebiendo licor (aunque raras veces embriagado) y quejándose de sus problemas económicos. En efecto, a pesar del éxito de sus libros y de sus suculentos contratos con algunos periódicos importantes, Roth siempre estaba al límite debido a su prodigalidad con sus conocidos y a que derrochaba el dinero sin ninguna previsión. Cziffra también fue testigo del deterioro de salud de su esposa Friedl Roth, que acabó internada en una clínica psiquiátrica hasta que fue eliminada por los nazis en virtud de las leyes de eutanasia. La enfermedad de Friedl no fue obstáculo para que Roth mantuviera otras relaciones sentimentales, con Andrea Manga Bell y con Irmgard Keun especialmente, a las que Cziffra trató personalmente.

Las conversaciones entre Roth y Cziffra también incluían la literatura. Tras la guerra, Roth se muestra entusiasmado por La decadencia de occidente de Oswald Spengler y por Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque, cuyo final le inspira el suyo para la muerte del teniente Trotta en La marcha Radetzky. Años más tarde también queda impactado por Un mundo feliz de Aldous Huxley, novela con la que comparte una visión negativa del desarrollo científico desenfrenado. Sobre sus propias obras le confiesa a Cziffra que su novela El Anticristo es en Lutero en quien se inspira: «Lutero redujo la fe, dividió a los creyentes, dio el primer paso hacia el paganismo. Fue el predecesor de Hitler». Por otra parte, en su relación con otros artistas nos enteramos de que el Grupo 25, asociación de artistas de izquierda, procuró que Roth se adhiriera a ellos, pero éste iba demorando la decisión («Lástima que esas brillantes cabezas sean tan de izquierdas», decía). Políticamente hablando, Joseph Roth detestaba tanto el nacionalsocialismo como el comunismo; su corazón estaba con la antigua monarquía austríaca, hasta el punto de participar en algún conato para restaurar al archiduque Otto de Habsburgo, exiliado tras la anexión de Austria al Reich, como nuevo emperador.

Entre las muchas anécdotas referidas por Cziffra me encanta la siguiente: en cierta ocasión llegó a un café Géza von Cziffra acompañado de Ödön von Horváth. Roth exclamó: «¡Ya están aquí los señores «von» [de]! A mí me otorgó el título de nobleza el mismo emperador José II». Y Cziffra explica —cosa que yo desconocía— que en 1787 el emperador José II promulgó un decreto que ordenaba que todos los judíos del imperio debían debía elegir un apellido alemán o les sería impuesto. Esto condujo a la asignación de apellidos de manera arbitraria (sin descartar los ofensivos): colores (Roth es rojo), lugares, oficios, etc.

Como señalé, El santo bebedor ofrece una panorámica de la gloriosa cultura germana y de toda la Mitteleuropa que quedó arrasada tras el triunfo del nacionalsocialismo y la Segunda Guerra Mundial, pero que pervive en el imaginario de las personas cultas gracias al legado de una generación de grandes escritores de la época. Finalmente, en 1953 Géza von Cziffra visitó en París la tumba de Joseph Roth —no tuvo ánimos cuando llegó a la capital francesa tres días después del entierro de su amigo— y pudo leer el escueto epitafio en la lápida sepulcral: «Écrivain autrichien mort en exil à Paris». Y eso es lo que fue Roth, un escritor de la abigarrada Austria imperial, de cuya destrucción política y espiritual nunca pudo recuperarse pero que fue el fermento principal de su obra literaria.

Acantilado (2009)
Colección: El Acantilado, 190
Traducción: Nieves Trabanco
160 págs.

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Evocación directa, emotiva y feliz del amigo, El santo bebedor es también, sin embargo, el retrato de un mundo desaparecido. La memoria invoca historias de emigrados, la desintegración del imperio austro-húngaro y el exilio obligado por el nacionalsocialismo, y todo ello desde la vida errática, literaria, sentimental y añorada de quien fue uno de los mayores escritores europeos del siglo XX. (Sinopsis de la editorial)

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Director de cine, guionista y escritor austro-húngaro, Géza von Cziffra nació el 19 de diciembre de 1900 en Hungría, falleciendo el 28 de abril de 1989 en Alemania. Von Cziffra destacó en su faceta como director de películas tanto en Hungría como en Alemania, aunque en esta última ejerció más como guionista. Sus obras son principalmente de entretenimiento y musicales interpretadas por actores austriacos y alemanes de renombre.

En 1945 fundó Cziffra-Film, la primera empresa de producción cinematográfica de la Austria de posguerra. En lo literario, escribió El santo bebedor, una biografía de Joseph Roth en la que Von Cziffra habla sobre la desintegración del imperio austro-húngaro y el exilio del nacionalsocialismo.

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