{Reseña} Luys Santa Marina: Karla y otras sombras (La Umbría y la Solana)

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Creo que se está produciendo una lenta pero inexorable revolución en el canon de la literatura española del siglo XX con la recuperación de numerosos escritores muy valiosos que habían sido arrinconados por la crítica y la industria editorial en virtud de fobias políticas, estilísticas o personales. Son precisamente editores independientes los que están desempolvando muchos libros que llevaban décadas olvidados. Es el caso de Karla y otras sombras (Barcelona, 1956) de Luys Santa Marina, que la joven editorial La Umbría y la Solana ha rescatado después de sesenta años desde su primera y única edición.

Luys Santa Marina fue un activo militante de la Falange desde sus orígenes. Durante la Guerra de África combatió con la Legión en Marruecos, lo que le inspiraría Tras el águila del César (Elegía del Tercio. 1921 -1922), una de sus mejores obras. Más tarde escribió diversas biografías heroicas, entre ellas Cisneros (1933), Retablo de la Reina Isabel (1940) y Italia mi ventura. Últimas guerras del Gran Capitán (1944). Quien en su juventud escribió libros de exaltación heroica, poemas de trinchera y carcelarios y artículos exaltados se veía en la madurez llevado a recordar su infancia y los paisajes cántabros de su niñez, donde la nostalgia no se dirige a las contiendas pasadas, sino al ámbito personal, con gran parte de metáforas sobre su propia biografía. Tras Ada y Gabrielle (1959) abandonó definitivamente la escritura.

Esta colección de relatos de breves semblanzas familiares y vidas imaginarias que integran Karla y otras sombras son una muestra de esa corriente lírica y preciosista de muchos de los escritores afines a las románticas tesis falangistas (como Agustín de Foxá, Ángel María Pascual o Álvaro Cunqueiro, por ejemplo). Dividido en seis fragmentos (Relojes en el recuerdo, Familias que se van, Pelagia y Fructuoso, Intermedio antillano de ida y vuelta, Mujeres entrevistas  —compuesto de tres piezas magníficas: Jacqueline, Karla y Angélica—, y Otras sombras), estos preciosos textos de amores otoñales y desgraciados, de indianos retornados y de familias extinguidas son un auténtico antídoto contra el feísmo que invade buena parte la literatura actual.

El parentesco con Pelagia venía de un poco lejos; era hija, creo, de una prima segunda de mi abuela. Llamaba prima a mi madre, y en casa se la recibía siempre con agrado, pues era buena y servicial y entretenía mucho a mi madre con su gracejo de buena ley y su charla pintoresca […] Entraba como un nordeste alegre en nuestra casa, tan silenciosa, tan entonada, tan discreta. Parecía como un sol de media mañana dorando el mar azul del verano («La pareja»)

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Siempre recuerdo aquel paseo en días soleados de invierno, con árboles desnudos y libres de poda hacia el cielo, lo cual es de clavo pasado, pues al romper la primavera me mandaban al campo y no volvía hasta que San Martín, en su caballo blanco, dejaba atrás la égloga de su veranillo. («Villa Inés»)

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Hace ya mucho que murió Enrique de Velarte, lejos de su rincón nativo. Quedan, me parece, familiares suyos, de los que siempre anduvo muy despegado. Quizá le recuerde alguna sobrina, allá en Navalia, donde tenía su casa frente al mar; ya andará en su otoño, pues el tiempo pasa sin sentir […] Nada más. Se borró su recuerdo, un poco sin pena ni gloria, justamente como él hubiera querido, pues era muy suyo, muy introverso, muy «mi secreto para mí». Parecía frío, insensible y era, desde luego, poco expansivo; tenía exacerbado el pudor de sus emociones («Karla»)

Todo el libro está escrito en una jugosa prosa, castiza y cosmopolita a la vez, que se paladea con gran placer. Al final de la lectura nos queda cierto regusto melancólico, casi triste. Y también la certeza de que se nos ha hurtado una parte interesante de nuestra historia literaria, que por fortuna, y con cuentagotas, va apareciendo en las librerías.

Por lo dicho, Karla y otras sombras es un volumen imprescindible para los amantes de la literatura española y para los que huyan de las modas literarias que nos vienen impuestas. La bonita edición de La Umbría y la Solana es impecable. Totalmente recomendable.
 
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Puntuación: 5 (de 5)
La Umbría y la Solana (2017)
Colección: Abierta
Prólogo: Enrique Andrés Ruiz
192 págs.
 
 
 
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Para decir de la escritura de Luys Santa Marina (Co­lindres, Santander, 1898-Barcelona, 1980), César González-Ruano habló de su «verbo florido y vio­lento». Y ciertamente lo fue, las dos cosas, aunque no al mismo tiempo ni en el mismo libro. Por un lado, Santa Marina fue autor de Tras el águila del César (1924), unas falsas memorias de combatiente en la guerra de Marruecos, especialmente tremebundas y, en efecto, violentas. De hecho, según se acercaba la Guerra Civil, esa tendencia de su espíritu lo llevó a la acción callejera—tomó parte muy activa en el alzamiento de Barcelona— y también a cargar con tres penas de muerte, de las que finalmente se libró (por decirlo de algún modo, porque la cárcel y la gue­rra imprimieron en él una huella irreversible). Pero por el otro lado están los libros evocadores y me­moriales publicados por Santa Marina durante los años cincuenta: Perdida Arcadia (1952), Ada y Ga­brielle (1959) y este Karla y otras sombras (1956), seguramente el mejor de ellos. Además de una colección de encantadores universos cerrados, Karla tiene también algo de caja de música, y sus relatos, im­presiones, fantasías y añoranzas, conservan aún de su fuente romántica la ensoñación de los imposibles. (Sinopsis de la editorial)

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Luys Santa Marina nació en Colindres, aunque casi toda su vida la pasó en Barcelona, donde moriría en 1980. En 1924 publicó su primer libro, Tras el águila del César, unas falsas memorias de combatiente en la guerra de Marruecos construidas a base de fragmentos o estampas especial-mente crudas y violentas. Ya en Barcelona, escribió unos cuantos libros atendiendo encargos editoriales, biografías (de Isabel la Católica o Juana de Arco) y libros de viajes. Cercana Guerra Civil, interrumpió su dedicación literaria a cambio de una vehemente dedicación a la propaganda y también a la acción callejera en favor de la Falange, tomando parte muy activa en el alzamiento de Barcelona. Fue condenado a muerte en tres ocasiones —“con tres penas de muerte al cuello”, dirá en Primavera en Chinchilla, uno de sus libros de poesía—. Tras la Guerra, fue presidente por un tiempo del Ateneo de Barcelona y dirigió la revista Solidaridad Nacional. Escribió obras históricas, de evocación del imperio español (Italia mi ventura o Alonso de Monroy). Pero, sobre todo, publicó, ya entrados los años cincuenta, varios hermosos libros melancólicos y memoriales, de evocador romanticismo, como este Karla y otras sombras (1956), seguramente el mejor, Ada y Gabrielle (1959) y Perdida Arcadia (1952)

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