{Reseña} Vampiros (Ediciones Atalanta)

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Llega a su cuarta edición en Atalanta uno de los libros que más contribuyó a la consolidación y fama de Jacobo Siruela como editor: Vampiros, la antología universal de relatos vampíricos que apareció por primera vez en la mítica colección El Ojo sin Parpado (Serie Mayor, 46) de la editorial Siruela en el ya lejano año 1992, y que desde entonces se ha convertido en la publicación de referencia en lengua española sobre este tema eterno. Hay muchas antologías parecidas en el mercado, pero creo que ninguna puede compararse a ésta, ni por la amplitud y variedad de sus textos, ni por el completo y riguroso ensayo introductorio del propio Jacobo Siruela, ni por la belleza y la calidad material característica de esta editorial.

Esta antología de dieciocho textos —incluido el poema de Charles Baudelaire Las metamorfosis del vampiro— presentados en orden cronológico se centra en el vampirismo de sangre, es decir, queda excluido el vampirismo psíquico (cuyo ejemplo más importante es El horla, de Maupassant), subgénero que daría para una nueva antología monográfica, tan interesante como ésta. Respecto a ediciones anteriores, se incorporan relatos de August Derleth, Richard Matheson y Robert Aickman. Cada pieza viene precedida de una breve semblanza biográfica y literaria del autor. El prólogo y la bibliografía final se han actualizado para esta ocasión. 

Como es natural, todo buen aficionado a la literatura fantástica y de terror conoce, ha leído y seguramente tiene en su biblioteca la mayoría de las obras contenidas en Vampiros. También conocerá más cuentos vampíricos, tanto clásicos como modernos, que perfectamente hubieran podido ser incluidos en esta antología (a mí me fascinan, por ejemplo,  Aura, de Carlos fuentes y el desconocido Vitam et sanguinem, de José Luis Guarner). Pero el editor se ha propuesto, no publicar una colección exhaustiva de cuentos (cosa imposible), sino más bien ceñirse al canon esencial e indiscutible, al mismo tiempo que intenta no repetirse en argumentos e incorpora nuevas facetas que enriquecen este mito. Yo conocía la mayoría de las obras pero he vuelto a leer el libro completo para no perder el sentido de la evolución literaria del mito planteada por el editor. 

La nómina de grandes autores que han tratado el tema vampírico es espectacular: John William Polidori (El vampiro, 1819), E.T.A. Hoffmann (Vampirismo, 1821), Edgar Allan Poe (Berenice, 1833), Théophile Gautier (La muerta enamorada, 1836), Joseph Sheridan Le Fanu (Carmilla, 1872) o M. R. James (El conde Magnus, 1904) han escrito obras maestras absolutas del género. No voy a comentar ninguna de ellas porque son sobradamente conocidas. Sólo señalo que si alguien todavía no ha leído estas obras se está perdiendo algunas de las grandes felicidades que existen para el lector hedonista. Me centraré, pues, en algunos relatos menos conocidos o más recientes que aportan novedades formales y argumentales al mundo vampírico.

LA desgracia es plural. La desventura, en este mundo, es multiforme. Abarcando el ancho horizonte como el arco iris, sus matices son tan varios como los matices de ese arco… e igual de distintos, aunque se hallan íntimamente combinados. ¡Abarcando el ancho horizonte como el arco iris! ¿Cómo es que saco de la belleza una suerte de fealdad?, ¿del símbolo de la paz un símil del dolor? Pero así como en ética el mal es consecuencia del bien, del mismo modo en la realidad el sufrimiento nace del gozo. Y, o bien el recuerdo de la dicha pasada es hoy dolor, o bien las angustias que son tienen su origen en los éxtasis que podían haber sido.

Mi nombre de pila es Egæus, mi apellido no lo mencionaré. Sin embargo, no hay en el país torres más venerables que las de mi lúgubre y gris morada solariega. Nuestra familia ha sido considerada una raza de visionarios; y en muchos detalles notables —en el carácter de la mansión familiar, en los frescos de la gran sala, en los tapices de los dormitorios, en las tallas de los contrafuertes de la armería y más especialmente en la galería de retratos antiguos, en el estilo de la biblioteca y, por último, en la singularísima naturaleza del contenido de la biblioteca—, hay más que suficiente para justificar tal creencia.

Los recuerdos de mis primeros años están asociados a esa cámara, y a sus volúmenes, de los que no voy a decir más. Aquí murió mi madre. En ella nací yo… y sería ocioso decir que no viví antes porque el alma carece de existencia anterior. ¿No estáis de acuerdo? Pues no discutamos la cuestión. Yo tengo mi propio convencimiento, y no pretendo convencer. Hay, sin embargo, un recuerdo de formas etéreas, de ojos espirituales y expresivos, de sonidos musicales aunque tristes… un recuerdo que no quiere ser expulsado; un recuerdo que es como una sombra vaga, variable, imprecisa, inestable; y como de una sombra, me es imposible librarme también de él mientras el sol de mi razón exista.

En esa cámara nací, despertando a un tiempo de la larga noche de lo que parecía ser —pero no era— la inexistencia, al país de las hadas, al palacio de la imaginación, a los dominios insensatos del saber y el pensamiento monásticos… No es extraño que mirase a mi alrededor con ojos sobresaltados y febriles, que malgastase mi adolescencia en los libros y desperdiciase en sueños mi juventud; sí es extraño que, al pasar los años, el mediodía de la madurez me sorprendiera aún en la mansión de mis padres; asombroso, el estancamiento que se apoderó de las fuentes de mi vida; y asombrosa, la total inversión que se operó en la naturaleza de mis pensamientos más corrientes. Las realidades del mundo se me antojaron visiones y nada más que visiones, en tanto las ideas descabelladas de la región de los sueños se me convirtieron, a su vez, no ya en la sustancia de mi vida diaria, sino en mi única y total existencia efectiva.

Éramos primos Berenice y yo, y nos criamos juntos en la casa de mis mayores […] («Berenice», de Poe)

Empezaré por Bram Stoker, cuyo cuento El invitado de Drácula (1897) lo escribió mientras preparaba su inmortal Drácula (1897). Stoker ambienta la historia en los alrededores de Múnich en la Noche de Walpurgis (Walpurgisnacht, el 1 de mayo). Un viajero inglés (se supone que el joven abogado Jonathan Harker de la novela) se adentra en un bosque esa noche de brujas hasta toparse con un panteón donde, entre aterrorizado y en estado alucinatorio, es atacado por una mujer que recuerda a las novias infernales del Conde. Al final el protagonista es rescatado in extremis por unos empleados enviados por Drácula. Muy interesante es también El beso de Judas (1894 ), de X.L. (Julian Osgood Fields), ya que el autor incorpora al mito la leyenda moldava de los «Hijos de Judas», esto es, la tradición según la cual los descendientes de Judas Iscariote son seres monstruosos que son capaces de suicidarse cuando los domina el odio y que pueden volver a la vida como personas o en la forma de ciertos animales. Su beso provoca la muerte instantánea o por enfermedad, dejando la marca «XXX» (por las treinta monedas). Por su parte, La habitación de la torre (1912 ), de Edward Frederick Benson, es interesante porque supone el progresivo desplazamiento literario del vampirismo de sangre al psíquico antes indicado. Refiere la historia de alguien que sueña durante quince años con una torre extraña. Finalmente, el azar lo lleva a esa torre donde es atacado por la anciana que se le aparecía en las pesadillas. 

La familia del vurdalak, de Alexéi Tolstoi (primo de León Nikoláievich), se escribió en francés alrededor de 1840. Sin embargo, no fue publicado en Rusia hasta 1884, debido al recelo que causaba en la crítica rusa un tema tan ajeno al mundo literario oficial. Inspirado en el Tratado sobre los vampiros de Agustín Calmet y en las supersticiones populares de su país, este cuento es la variante más lejana y primitiva del vampiro literario del siglo XIX. La narración comienza en Viena, en 1815. Los invitados de una fiesta narran historias de terror. Un noble francés describe un encuentro con vampiros que tuvo lugar en su juventud durante una misión diplomática en Serbia. Lejos de la visión romántica de la época, este vampiro bestial surgido de las supersticiones ancestrales, es una de las historias más impresionantes que se han escrito sobre el vampirismo. En tierras americanas se desarrollan los cuentos de Horacio Quiroga y August Derleth. En El almohadón de pluma (1907), ambientado en las selvas sudamericanas, Quiroga introduce una variación fundamental, toda vez que el vampiro no es un ser humano sino un extraño animal escondido en la almohada que ataca todas las noches al durmiente. La nieve que arrastra el viento (1939) se sitúa en el norte de los Estados Unidos, en una granja aislada durante una tormenta de nieve. Siempre que se repiten esas condiciones especiales aparece una joven merodeando por la casa. Esta vampiresa no ataca directamente, sino que espera a que alguien salga de la casa para captarlo. Como es norma, sólo una estaca de madera una vez localizada la tumba consigue eliminar la amenaza.

La antología concluye brillantemente con Páginas del diario de una joven (1975), del inglés Robert Aickman, una apoteosis del relato vampírico de ambientación gótica. Está escrito en forma de diario por una adolescente inglesa que se encuentra de viaje con sus padres por el norte de Italia alrededor de 1821, concretamente en la ciudad de Rávena, donde incluso coinciden con Lord Byron. La muchacha, de constitución frágil y personalidad extraña, conoce en una fiesta a un caballero maduro por el que se siente atraída y que, naturalmente, la vampiriza. En los siguientes días va anotando el proceso psicológico y físico que culmina con su transformación en vampiresa. Como toda las obras de Aickman, la gran calidad de la escritura va de la mano de la imaginación más inquietante. 

Después de unas décadas de relativo abandono, en los últimos años las historias vampíricas han recobrado su protagonismo en multitud de obras literarias, cinematográficas y gráficas. Pero son estos relatos fundacionales, ya convertidos en clásicos de la literatura, los que ofrecen una visión más depurada y atractiva del mito del vampyr. Como indiqué en otro lugar, hay pocos placeres comparables a la lectura de un buen relato clásico de terror durante una tarde de otoño. Los cuentos incluidos en Vampiros proporcionan muchos de esos momentos inolvidables. 

Puntuación: 5 (de 5)
Ediciones Atalanta (4ª edición, 2022)
Colección: Ars Brevis, 48
Edición y prólogos: Jacobo Siruela
490 págs.

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Esta antología, que ahora se reedita ampliada con tres cuentos inéditos –la más completa y documentada que existe hasta el momento en español– reúne los mejores textos cortos de vampiros que se han escrito desde principios del siglo XIX hasta casi finales del siglo XX. En cualquiera de sus variantes, ya sea en su aspecto más primitivo, como «reviniente» inspirado en el folclore eslavo, o como noble perverso con un irresistible magnetismo erótico para las mujeres, o bien como bella y cruel vampiresa, instigadora de la fatalidad de los hombres, todas estas muestras de la «tempestuosa belleza del terror» siguen fascinando a través de los siglos, pues en ella se funden el deseo más tenebroso de la sexualidad con el más profundo miedo a la muerte, dos ingredientes que nunca dejarán de cautivar a la imaginación. (Sinopsis de la editorial)

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