{Reseña} El mito de Don Juan (Biblioteca Castro)

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Escribe Carmen Becerra en el prólogo de este libro que «el mito de Don Juan es uno de los más notables y proteicos de entre los que forman parte de las mitologías de la cultura occidental.» Y añade a continuación: «Don Juan ha sido siempre objeto de reflexión, ha estado permanentemente envuelto en debates científicos, análisis, exégesis, investigaciones». Por eso, la mejor manera de acercarse a esta figura, una de las aportaciones españolas al imaginario del Barroco, es mediante la lectura directa de los textos literarios que le dieron vida. El mito de Don Juan, recientemente editado por la Fundación Castro reúne en un solo volumen las cinco obras principales protagonizadas por Don Juan que se han escrito en España: El burlador de Sevilla y convidado de piedra (1630), de Tirso de Molina (fray Gabriel Téllez); La venganza en el sepulcro (finales s. XVII), de Alonso de Córdova y Maldonado; No hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague (1713), de Antonio de Zamora; El estudiante de Salamanca (1840), de José de Espronceda, y Don Juan Tenorio (1844), de José Zorrilla.

En la ajustada introducción, Carmen Becerra nos da noticia del contexto donde surgen estas obras, de las variantes y evolución del mito desde el inaugural Burlador hasta el romántico Tenorio, pasando por su reescritura en otros lares como Italia (fundamentalmente ahondando su aspecto cómico) y Francia con Moliere (Dom Juan ou Le Festin de Pierre) a la cabeza.

El Don Juan de Tirso, que algunos piensan basado en la vida del sevillano Miguel Maraña (aunque las fechas no concuerdan), es la base de la que parten, con más o menos variaciones, el resto de versiones. El argumento es uno de los más conocidos de la literatura universal: el noble sevillano Juan Tenorio es un vividor que convierte el engaño amoroso en norma de su vida, seguro de que el arrepentimiento podrá salvarlo a tiempo del juicio divino. Acompañado de su fiel criado Catalinón, mediante el engaño burla y seduce a cuantas damas se ponen en su camino, poniendo después tierra de por medio. No sólo la seducción es lo que mueve al Don Juan: el propio desafío, la dificultad del desempeño también le divierten. En uno de los lances mata al padre de Ana, una de las burladas, que es comendador mayor del rey. Tiempo después, en la tumba de don Gonzalo se burla invitándole a cenar. Éste acude a la cita como el Convidado de piedra. Luego, el mismo don Gonzalo convida a don Juan y a su criado a cenar a su capilla, y allí la estatua del comendador se venga arrastrándolo a los infiernos.

Tanto La venganza en el sepulcro como No hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague son obras de menor calidad y versificación más pobre, que alteran y añaden algunos aspectos no esenciales del guion de Tirso. No obstante, la obra de Antonio de Zamora fue la más representada durante décadas hasta el estreno del Don Juan de Zorrilla, que desde entonces goza del favor exclusivo del público. Una diferencia esencial entre la caracterización del personaje barroco y el romántico es que el último Don Juan se enamora realmente de doña Inés y se intuye un perdón y redención final de Tenorio; también se diferencian en que el primero era un libertino pero creyente en Dios, y el segundo muestra cierto escepticismo religioso. El volumen se completa con El estudiante de Salamanca, un extraordinario poema narrativo (subtitulado Cuento) que se aparta bastante del argumento general: el protagonista es don Félix de Montemar, joven noble y estudiante en Salamanca, seductor, jugador y embustero. De él se enamora la inocente Elvira, que, tras ser abandonada por don Félix, enloquece y muere. Al final, en un alucinante despliegue de elementos románticos y terroríficos don Félix muere sin contrición abrazado por un coro de espectros.

Era más de media noche,
antiguas historias cuentan,
cuando en sueño y en silencio
lóbrego envuelta la tierra,
los vivos muertos parecen,
los muertos la tumba dejan.
Era la hora en que acaso
temerosas voces suenan
informes, en que se escuchan
tácitas pisadas huecas,
y pavorosas fantasmas
entre las densas tinieblas
vagan, y aúllan los perros
amedrentados al verlas:
En que tal vez la campana
de alguna arruinada iglesia
da misteriosos sonidos
de maldición y anatema,
que los sábados convoca
a las brujas a su fiesta.
El cielo estaba sombrío,
no vislumbraba una estrella,
silbaba lúgubre el viento,
y allá en el aire, cual negras
fantasmas, se dibujaban
las torres de las iglesias,
y del gótico castillo
las altísimas almenas,
donde canta o reza acaso
temeroso el centinela.
Todo en fin a media noche
reposaba, y tumba era
de sus dormidos vivientes
la antigua ciudad que riega
el Tormes, fecundo río,
nombrado de los poetas,
la famosa Salamanca,
insigne en armas y letras,
patria de ilustres varones,
noble archivo de las ciencias.
Súbito rumor de espadas
cruje y un ¡ay! se escuchó;
un ay moribundo, un ay
que penetra el corazón,
que hasta los tuétanos hiela
y da al que lo oyó temblor.
Un ¡ay! de alguno que al mundo
pronuncia el último adiós.

(José de Espronceda: «El estudiante de Salamanca»)

La historia de Don Juan ha sido objeto de infinidad de análisis, ninguno plenamente satisfactorio ni completo. Ya sean interpretaciones religiosas, antropológicas o psicoanalíticas, siempre hay aspectos que se escapan o que resultan contradictorios. Y esto creo que es debido a que se olvida que Don Juan es una creación esencialmente literaria, más acorde con la intuición de Ramiro de Maeztu (en su ensayo Don Quijote, Don Juan y La Celestina) cuando escribió: «Don Juan es un mito; no ha existido nunca, ni existe, ni existirá sino como mito. Pero la consistencia imaginativa de la figura de Don Juan depende precisamente de su condición de mito. La figura de Don Juan es más popular que literaria. Quien la hizo realmente fue el pueblo, al reconocer en ella la fusión de dos viejas leyendas—la del Burlador y la del Convidado—y al encontrar en Don Juan la solución imaginativa de sus problemas».

Una última consideración. La mayoría de los lectores actuales no estamos acostumbrados y por tanto rechazamos leer teatro en verso o poesía narrativa. Sin embargo, estas formas han sido parte fundamental de la creación literaria hasta hace un siglo o siglo y medio; renunciar a ellas es renunciar a una parte importantísima (cuando no fundamental, como el teatro del Siglo de Oro) de nuestra cultura. Como en todas las obras el teatro clásico, una vez superadas las primeras estrofas la lectura fluye con agilidad y sin dificultad alguna (salvo por algún vocablo o expresión en desuso).

Estamos, pues, ante una publicación imprescindible y necesaria para comprender uno de nuestros tópicos literarios más universales. Ni que decir tiene que la calidad material de esta edición de Biblioteca Castro es excepcional.

Puntuación: 5 (de 5)
Biblioteca Castro (2019)
Introducción y edición: Carmen Becerra Suárez
LIV + 520 págs.

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Desde el barroco Burlador de Tirso a su culminación en el Romanticismo con el Tenorio de Zorrilla podremos apreciar cómo se va transformando el personaje en virtud de cada época, manteniendo elementos constantes como la muerte, el grupo femenino y el héroe.
En el siglo XVII España vive un tiempo de retracción. Pestes, sequías y guerras marcan una época de luces y sombras, de oro y harapos. Un ambiente de contrarreforma en que la religión es norma de vida y valores como el honor, la fugacidad de la vida o el principio de justicia poética cobran protagonismo. A ello se añade el apogeo del género dramático (se crean teatros estables en patios o corrales de comedias) y la genialidad de algunos artistas como Tirso de Molina. He aquí el escenario del que nace Don Juan. (Sinopsis de la editorial)

2 comentarios sobre “{Reseña} El mito de Don Juan (Biblioteca Castro)

  1. Libro de gran interés, sin duda. Recuerdo que en la antigua Bruguera había uno parecido, con algunos textos diferentes, pero infinitamente más modesto en su edición. Don Juan es uno de nuestros mitos más universales (no descubro nada, pero no está mal recordarlo), extendido no solo a otras literaturas, sino también a la música (ópera de Mozart, el poema sinfónico de R. Strauss…). Un saludo

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